miércoles, 24 de marzo de 2010

La droga, mi hija… y más droga

He contado acerca del nacimiento de mi hija en circunstancias de conflicto: por un lado, la relación sin amor que había entre la mamá y yo y, por otro, el miedo que yo tenía de vivir, de enfrentar, de ser, de avanzar. Miedo en todos los sentidos. Pero resumido en uno: miedo de ser yo.
Tras el miedo a que Ximena naciera con alguna deficiencia, alguna enfermedad provocada por mi consumo de drogas, y al descubrir que no, que no había sucedido así (gracias a dios), su presencia en mi vida fue, es y ha sido una fiesta constante que, en cierto modo, creí que ella sí sería el freno a mi consumo de drogas, pero no, tampoco lo fue.
Al nacimiento de Ximena, comencé a cambiar ciertos hábitos, a llegar más temprano a mi casa, a pasar los fines de semana más tiempo con ella y con su mamá, pero al llegar la noche, cada noche, repetía el consumo.
A tal grado, que en la primera semana de haber nacido, la mamá quiso irse a vivir unos días con mi ex suegra para que la ayudaran a bañar a la niña, a darle de comer, etcétera y, una vez más, salí huyendo despavorido.
La idea era que durante una semana o dos, viviéramos en casa de mis ex suegros, lejos de mi centro de trabajo, lejos, my lejos, y ése era el pretexto ideal para decir que yo iría a verlas hasta el viernes en la noche, y que el domingo me regresaría a mi casa para el lunes comenzar mis labores de oficina normalmente.
Bueno, apenas lo sugerí, se armó el pleito; Ana, mi ex esposa, sabía que en verdad le estaba dando la vuelta a entrarle al paquete de cuidar y atender a la niña, y sabía que, estando solo, nadie me iba a frenar en mi adicción.
Con todo y todo, me fui a mi casa y sí, Ana tenía razón: no era el trabajo lo que me apuraba, no; era ese deseo irrefrenable de destruirme lo que me hacía huir de ahí.
A las dos semanas de esto, con muy pocas llamadas telefónicas de por medio, un viernes hablo a casa de mi ex suegra para pedir que me comunicaran con la mamá de mi hija, y más o menos recuerdo éste fue el diálogo:
“¿Me comunica con Ana, señora, por favor?
-¡Ah, te acordaste que tienes una esposa y una hija!-
Me cayó tan mal el comentario, aunque en el fondo sabía que el reclamo tenía un origen sensato, que de inmediato le pedí al chofer que yo tenía en Televisa, que me acompañara a recoger a mi ex esposa y a mi hija para llevarlas a mi casa.
He dicho que yo no consumía drogas durante el día (el mío era un hábito nocturno, netamente nocturno), pero esa vez, en aquel momento, me metí al baño y me di un jalón de cocaína que me hizo ponerme muy mal, muy tenso, muy alterado.
Y así me fui a recoger a la mamá y a la niña; llegamos a la casa, Juan Carlos, el chofer y asistente, bajó todas las cosas y las metió al carro, mientras mi suegra me pedía que las dejara, que no me las llevara, gritos que escuché sin prestar atención, sin que me importara.
Y así tomé camino de regreso, aún intoxicado, sin escuchar que la niña, la mamá, el chofer, me pedían que me tranquilizara; no escuché a nadie y así tomé camino por el Periférico del norte al sur.
Apenas había entrado al Periférico a la altura de Mundo E, la salida de Santa Mónica, cuando un conductor me “aventó” el auto, provocando que me frenara de súbito, provocando que mi hija casi se cayera del “bambineto”, lo que provocó a su vez que todo mi miedo y mi ira se desataran contra el conductor aquel.
Y así comenzó una carrera en pleno Periférico, una cacería de aquel que había osado provocarme en tales circunstancias, hasta que por fin le di alcance a la altura de Las Torres de Satélite y provoque que, a más de 120 km/ph se estampara en un muro de contención y yo saliera de ahí, como siempre, huyendo de mis actos.
Una estruendosa y estúpìda carcajada me hizo reaccionar, voltear a ver a Ana, a Juan Carlos (moreno intenso que casi se veía blanco del susto), y el llanto de Ana y de Ximena fue como un balde de agua helada. Mi “chiste” era una d las más grandes estupideces que había cometido, según yo, en aras de “defender” a mi hija.
Y así me di cuenta que el enemigo no estaba fuera; estaba en casa, estaba en mi cabeza, en mi mente.

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