-Bueno, ¿Víctor Hugo?
-Hola; soy yo.
-Me dijeron que eres muy bueno en eso de hacer Erre Pé con cantantes y actores?
-Gracias; sí, lo soy.
-Yo soy médico, y tengo un hijo que acaba de grabar su primer disco, y andamos buscando quién nos ayude en hacer prensa, radio y TV.
-Encantado, y agradezco que me busquen. Dame un mail y te mando una propuesta de trabajo.
-Pero yo quisiera invitarte a comer o desayunar para que me platiques cómo trabajas.
-Claro, cuando quieras; sólo te aclaro que te cobraré la comida o el desayuno.
-¿Cómo? Yo te invito, yo pago, pues.
-Sí, sí, eso me queda claro. Pero yo te cobro la consulta, pues; aparte de que pagues la comida, me refiero.
-No entiendo...
-Es simple: eres médico, ¿cierto? Si yo voy contigo porque me duele la panza, pues me cobras la consulta, y ya determino yo si me atiendo contigo o no. Más simple: si vas con un abogado, te cobra la consulta; si vas con el mecánico, te cobra la consulta, arregles o no tu automóvil con él. Y, la ventaja, es que si me contratas, pues te descuento lo de la consulta.
-Y, ¿cuánto es de consulta contigo?
-Mil pesos, la hora. Por eso te digo que te mando un mail, y sobre el mail podemos ir trabajando.
-No, pues me parece un abuso de tu parte.
-Lo mismo pienso, si me haces salir de mi oficina, trasladarme, que te suelte la sopa de cómo se hace este trabajo en el caso de cantantes que apenas van a sacar su primer disco, y yo tenga que invertirle dos horas para ver si a la mera hora decides contratarme.
-Pi, pi, pi, pi, pi...
Sí, colgó. Ni siquiera dijo gracias ni adiós.
Y me pregunto: ¿por qué demonios creen que con una comida o un desayuno pueden pagar mi tiempo y mi experiencia?