Algunas, muchas veces, solía preguntarme si lo que hacemos tiene sentido: trabajar, formar (o no) una familia, producir, etcétera.
Hoy, por circunstancias, de esas que forman coyuntura, vengo a entender que el único propósito de la vida es, válgase, vivirla, disfrutarla; no más.
Y que, en el goce y disfrute, llega la gloria, la dicha inicua de perder el tiempo (que decía el maestro Leduc).
Disfrutar el camino y no, la meta porque ahí, todos llegamos al tiempo preciso y precioso, nunca antes; nunca, después.
Y debo decirlo, reconocerlo y agradecerlo: mi camino, acompañado de querencias tan entrañables, como el inigualable amor de mi familia, como el amor infinito que siento por Ximena, mis amigos-amigos, y el amor eventual de alguna mujer, es un camino glorioso, lleno de dicha plena (válgase la expresión).
Afortunado soy, pues, de seguir caminando.
Y lo que falta que, espero, sea suficiente.