sábado, 2 de junio de 2012

Una mujer llena de flores

Se despertó de madrugada. La comezón se hacía incesante y ya era muy molesta como para seguir durmiendo. De esas veces que uno cree que algo es lo suficientemente grande para interrumpir un sueño, ella despertó y se rascó la espalda. Lo que sintió al tocar su piel le causo pavor, terror. Y de inmediato corrió al baño a revisarse: le estaban creciendo flores en la espalda. Flores! F-L-O-R-E-S E-N L-A E-S-P-A-L-D-A!! Estuvo a punto de gritar, de llorar, de salir a despertar a media humanidad para decir lo que, en su corta visión del mundo y de la vida, consideraba un milagro. Pero no gritó y no despertó a nadie. Consideró, pasados los minutos, que era mejor callarse y disfrutar su espalda con olor a rosas y jazmines, a nardos y azucenas. Porque, hay que decirlo: su espalda no era sino más que un enorme ramillete de pétalos multicolores, suaves y sedosos, que cubrían toda la piel. Lo que primero causó terror, se volvió de inmediato en un bálsamo de paz y de tranquilidad que la inundó y la mandó a “viajar” de madrugada. Luego de varios minutos, ella regresó de su “viaje”, gracias a la comezón incesante que le provocaba tanta flor en la espalda. Decidió, usando su sentido común y obedeciendo a su cuerpo, meterse bajo el chorro del agua tibia de su regadera y esto, cabe destacar, le calmó de inmediato la comezón pero oh, sorpresa: las flores crecieron, abrieron. Pasados unos minutos, y ya a punto de amanecer, ella decidió irse a dormir. Quizá al despertar, se daría cuenta que nada de eso había ocurrido y sería uno de esos sueños que, juramos, son reales (así suele decir la gente). Dieron las 7 am, se levantó, atendió a su familia, los despachó al colegio, a las labores, y ella ni se acordaba de sus flores, hasta que decidió meterse a bañar para continuar su día. Y una vez en el baño, y mirando su desnudez (como suelen mirarse las mujeres al bañarse), casi pega el grito cuando descubrió que la rosa del pubis era, en efecto, una hermosa rosa, de tono rosa, claro, y en sus pechos brotaban nardos y, en su vientre, violetas. Gritó, lloró, asustada, terriblemente espantada de lo que le estaba ocurriendo, y en un arranque de miedo fue por unas tijeras y cortó, con inmenso dolor, cabe decir, todo su cuerpo. Ensangrentada, lloró y blasfemó, y volvió a llorar y siguió blasfemando, mientras curaba sus heridas con merthiolate y gasas. Y, como un segundo milagro que ella no entendió, sus heridas sanaron a la media hora. Y otra vez, el silencio inundó su pensamiento. Quedó su mente en blanco y se durmió, para sentir que todo había sido un sueño o una pesadilla. Al despertar, ni flores ni aromas ni recuerdos de lo que en principio creyó un milagro. Era, había sido un milagro y, como tantos milagros, éste pasó desapercibido.