jueves, 28 de junio de 2012

Para quien resulte electo este domingo...

Gritos, rituales y canciones de la victoria: Si gana Peña Nieto, lo veo bailando en el Zócalo al son de "la mano izquierda va adelante y la derecha para atrás". Si gana Amlo, lo veo entonando aquel consabido himno del p(end)ejismo: chu chu wa wa waaaaa, chu chu wa wa waaaaa. Si ganara Cuchi Mota, no puedo evitar imaginarla en plena plancha, bailecito grupal de "pajaritos a bailar, cuando acabas de nacer, tu huevito has de romper, pi pip pi pi". Y si fuera mi cuate el Quadratín el mero ganón de tan memorable contienda electoral, hasta yo lo acompañaría en los coros de aquella obra inmortal: "mesa, mesa, mesa que más aplauda le mando, le mano, le mando a la niña!" Que gane el menos peor, deseo fervientemente, y el que sea, en el momento en que falle o incumpla, que entre todos nos levantemos en armas y lo agarremos a putazos. De nada.

Votar sobrio, para qué?

Casi se acerca el domingo. Y las dudas surgen, al tenor de un café cargado: si siempre hemos votado en "ley seca", y así nos ha ido, ¿no podriamos votar libremente borrachos? Quizá al calor de unos tlapehues, en una de esas nos resulta. Otra sugerencia: ¿podremos votar por el copete de uno, el gallito del otro, el cuchicuchi de aquella y lo hipster de aquel? Una revoltura de los 4 fantásticos podría resultarnos, también. Curiosa democracia: votaremos por quieénes eligieron los partidos, no el pueblo. Partidocracia, digo yo. Las diferencias abismales en las encuestas, truqueadas o no, nos hablan de que nadie, pero nadie votará en pleno convencimiento de las virtudes de aquel por el que han decidido; lo peor y triste es que votaremos "por el menos peor", a la vista y juicio de cada quien. Y si dejamos de mantener partidos, negando el voto a Quadratín o al que sea, ¿ese dinero a manos de quién irá a parar?Si no es a un partido, será al bolsillo de otros. México, el gran negocio de unos cuantos... Mejor me tomo mi café y me pongo a trabajar que, nomás de pensar en esto, como a Pito Pérez, me da por beber. Parafraseando, diré: hablar de política es como hablar con los muertos, y yo sólo tengo el valor de hablar con muertos cuando estoy borracho. Es jueves. Buen día para todos.

lunes, 25 de junio de 2012

Cuando el quipaje se aligera.... o cómo cumplir 47 años.

Cumplir 47 años O la vida nos cambia, o los ojos se van empañando y la perspectiva de las cosas, evidentemente, no es la misma que cuando jóvenes. Será eso que algunos llaman madurez (yo creo que es instinto de supervivencia), pero mientras más años cumplo, hay cosas que van dejando de ser importantes y, paralelamente, cobran importancia otras que, hace años, ni siquiera existían en mi lista de prioridades. Este año, tras un accidentado encuentro con un intenso e inexplicable dolor en salva sea la parte, debo decir que sí sentí que la virgen me hablaba, y me decía: “pedazo de animal, sólo a ti se te ocurre tomar 2.4 litros de Coca-Cola diarios, sin considerar que debes beber agua” (debo confesar que durante 20 años, al menos, mi ingesta de líquidos fue solamente de refrescos, alcoholes y casi nada de agua, y el casi nada se refiere a dos litros de agua al año, cuando mucho), corté de golpe y porrazo con mi ingesta de la chispa de la vida, para abandonarme al placer infinito de beber agua simple, a veces grandes tés de limón, y dejar de lado mi consumo compulsivo de refrescos. Claro, a los 23 años, ue te ocurra eso, es de sabios; a mi edad, se ha vuelto una necesidad imperativa cuidar mi consumo de líquidos, de sólidos, y de fibra, verduras so pena de pasarla mal en los años por venir. Y eso, en la parte final del párrafo anterior, es importantísimo: los años por venir. A los 47, los años por venir se imploran, se suplican, se piden llenos de salud pero, más allá de eso, se piden a gritos. Como si cada vez estuviera más cerca la puerta de salida, uno pide que ese momento se aleje, se haga eterno, y eso, señores, debo decir que era una de las 20 mil cosas me tenían sin cuidado a los 20 años. Ah, la vida cambia, o los ojos se van empañando, se van cerrando, y la lista de prioridades se reduce, y los tesoros no son muchos, pero se van quedando, como en decantador, los más pesados, los más valiosos. El amor es otro de ellos. A los 20, el amor era una especia de trámite para salir con alguien, para acostarse con alguien, para despertar con alguien o para… con alguien. A mis 47, el amor se ha transformado, tanto, que he pasado por todos los estados civiles en menos de 3 años: del divorciado, pasé al soltero; del soltero, al casado, y del casado, otra vez donde empezamos… Soltero. Hace 15 días firmé mi divorcio, y no es que el amor se agotara, no; tampoco que entrara el odio en su lugar. No. Nada de eso. Esta vez, el amor se abrió camino de la manera más extraña y poco convencional que haya visto en mi entera vida: al aceptar que no podemos estar juntos, que la convivencia 24/7 no fue hecha para nosotros, mi esposa, ex esposa, y yo decidimos: SER NOVIOS para siempre! Y me explico: nos casamos, y nos divorciamos, pero amorosos que somos, y amor intenso el que sentimos, que hemos hecho a un lado los convencionalismos y hemos emprendido una nueva aventura que estamos disfrutando: Novios, cada quien en su casa. El amor verdadero libera de ataduras y se encierra en sí mismo y se regodea en sí mismo para convertirse en amor pleno. No digo que a todos les funcione, pero así como a nosotros no nos sirvió estar juntos, a muchos les puede salvar el amor propio y el ajeno. Es decir, a punto de caernos de un precipicio, los dos decidimos retroceder y caminar por sendas separadas, pero paralelas. Y, sí, sin el amor, hoy no me explico la vida. Porque ya no es ese amor físico el que impera, aunque sea también parte importante, sino la convivencia y el compartir con alguien, que es alma gemela, no siamesa, la vida. Yb si el amor de pareja es importante, vayamos al otro amor, al filial, que se convierte en vital y en motor de vida a esta edad. Mi adorada hija que, mañana, un día después que yo, cumple 15 años. Y aunque no quiera, me viene a la mente la pregunta pendeja que a todos nos asalta: “¿en qué momento se fue todo tan rápido?”, y lo pienso y me río. No fue rápido. El tiempo es una medida que le ponemos a la percepción de las cosas. El tiempo es tiempo, y transcurre igual para todos. Es quizá esa cosa de voltear atrás e irte al infinito de los hechos, para darte cuenta que Ximena, mi adorada hija, nació hace 15 años y que el cúmulo de eventos que han transcurrido parecen cortos y pocos, comparado a la cantidad de años, pero o, no es así. Al menos, el tiempo me ha enseñado, como a Dyango, a no querer tanto, y a querer mejor, y con Ximena, ¿qué les digo? He aprendido que el amor verdadero otorga libertad, deja ser, fluye, y cuida, procura, hasta donde el otro no pierda su individualidad. Así amo a Ximena, con miles de errores de mi parte, pero con un amor auténticamente devastador. Puedo ser el huracán, y puedo ser la calma. Que nadie me la maltrate, porque engendro en Lucifer. Salud y amor, vitales. De ahí en fuera, no es que el mundo me valga madres, Al contrario, amo al mundo, y todo lo que hay en él. Sólo que, amigos, cumplo 47, y mis prioridades han cambiado, y hay pocas, muy pocas cosas con las que puedo vivir: salud, amor… Al parecer, mientras más viejo, más ligera es mi maleta. Eso no significa que no valore otras y tantas cosas que la vida me brinda. Sigo siendo un apasionado del trabajo, de los amigos, de la vida misma. Y sigo siendo un apasionado de mirar la luna y de sentir el sol en mi piel. Sigo siendo fan del espresso doble, de la pasta y de un buen tinto. Sigo siendo fan de las risas y sonrisas, y sigo siendo fan de mi trabajo, que tanto me apasiona. Sólo veo que, al llegar a los 47, la lista de prioridades, de esas cosas con las que me costaría mucho trabajo sobrevivir, se va vaciando. Y da miedo, a veces. Antes, de joven, todo era importante: los lugares por conocer, las chicas por conquistar, la fiesta que vivir. Hoy, la fiesta es la vida misma; la chica por conquistar apareció y llena todos mis espacios, y el lugar por conocer es la dicha infinita de mi amada hija. Supongo, asumo que acercarse al final produce miedo, hasta cierto punto, y cómo no, si pienso que cada día que pasa mi maleta se aligera, tanto, como preparándome para que, al llegar a la recta final, yo sepa, asuma, entienda, que el equipaje está vacío, y que hay que abandonar la nave, así, como sea. Sin nada más que lo vivido. Quizá esté acercándome a esa meta. Quizá, en mi experiencia, me quede una década más para disfrutar la vida con una carga tan ligera. Quizá. Sólo quizá. Hoy celebro 47 años, una maleta muy ligera y una copa de tinto en la mano, y la luna como testigo. Y mañana pediré: que no me tapen el sol.