Hola, mi nombre es Víctor Hugo y en el mundo de la farándula
me conocen como “HijodeVecino”, aunque con esta cara de cadenero de antro muchos
piensan que soy el hijo de la guayaba… y no, déjenme decirles que no, que la
guayaba no era mi mamá… era mi tía.
Mi mamá era la tostada... Sí, la incineramos.
Yo soy periodista desde hace 28 años.
Escritor, pues.
Y soy escritor porque desde chavito me encanta todo lo que tenga que ver con
el texto, me encantan las letras, las palabras, las teclas… también de la
máquina de escribir… las comas, los puntos, los acentos y, más recientemente,
me he hecho fan del asterisco.
Digamos que soy un TEXTO SERVIDOR…
Porque siempre he vendido mi texto al mejor postor.
Y como aquí se trata de subir
al escenario a desnudarse… el alma, no se apuren…
Desde muy pequeño tuve mi primer encuentro textual. Yo tenía apenas 14 años y me encontré
con la libreta de una vecinita de 16… era una libreta rosita, muy suavecita,
que olía a jabón de papaya.
Ella se llamaba Martha, ella se llamaba así, ella se llamaba
Martha, se llamaba Martha, se llamaba así.
Y tenía una máquina de escribir preciosa, menudita con unas
teclas firmes, que provocaban estar pegado a ellas todo el tiempo.
Yo creo que ahí fue donde me hice adicto al texto.
Recuerdo que todas las tardes iba a su casa y le pegábamos al
texto por horas… bueno en realidad por minutos, porque a esa edad se te escurre
la tinta muy rápido.
Pero en mi defensa les diré que a esa edad por lo menos se me
escurría 5 veces seguidas.
El primer texto por el que me pagaron fue a mis 21 años, en
el periódico El Heraldo de México… para conseguir ese trabajo tuve que pagar
derecho de piso como todos los del medio lo hacemos.
En mi caso, yo tuve que darle texto gratuito a una señora
mucho más grande que yo durante 8 meses… Ella era como una carpeta de esas
gordas, de archivo, con un agujerote en medio… de esas carpetas que se cuelgan
cuando levantan la bisagra.
Pero eso no era lo peor, lo peor fue que cuando tuve que
escribir por primera vez ahí me di cuenta que sus hojas estaban llenas de
rayas… estrías pues.
Y parecían hechas de papel picado… por la celulitis, pues.
Pero la verdad es que ella me enseñó el arte del buen texto… Ese pausado,
lento, y luego vigoroso para terminar en punto final y no dejarla en
suspensivos…
¿Qué quieren? No puedo negarlo: VIVO PENSANDO EN TEXTO TODO
EL TIEMPO.
IGUAL QUE USTEDES,
NO SE HAGAN.
Es como una deformación
profesional.
Sí, como el dentista que cuando platicas con él fuera de su
consultorio, nomás está
esperando que abras la boca para fijarse si hay algo mal; como el nutriólogo
que apenas espera la oportunidad para asestarte un “no te caería mal bajar de peso”
o como el proctólogo que nada más espera que te descuides para darte una
checadita… y qué molesto; yo no vuelvo a bañarme con uno.
Por cierto, ya me toca revisión… Qué rico… digo, qué rico se hará
ese proctólogo.
Y es que yo voy dos veces a la semana para evitar cualquier
sospecha…
Así, mis días, mis noches, mis horas transcurren pensando en
texto… Y escribiendo…
Aunque cada vez escribo menos de lo que yo quisiera porque
acabo de cumplir 50 años… y… bueno… a
los 50 la tinta escasea, escribes una (o “media”) cuartilla y te quedas
dormido, y ya no todas las libretas se te antojan para echarles un plumazo.
Y es que, a 28 años de ser un profesional del texto, creo que
estoy entrando en crisis.
Tengo un miedo terrible de que, pues a esta edad, la tinta
empiece a secarse y que la pluma apenas me dé para un buen tuit, o de perdis un
“una publicación en” facebook… y comienzo a extrañar la época en que todo el día era
texto, texto, texto… ya fuera en una bonita libreta nueva, bien formadita, de
esas de veintitantas hojas, como de taquigrafía, con su espiral firme… sus
hojas sin rayar…
Aunque admito que, cuando fue mucha la urgencia, dos o tres
veces hasta me atreví a escribir en el papel de estrasa con el que envolvían
las tortillas, y no me digan que ustedes nunca se echaron una galleta de
animalitos…
Bueno, ya vi que algunos de ustedes SIGUEN COMIENDO GALLETAS
DE ANIMALITOS…Tengo amigos que hasta se casaron con sus galletas..
Y nada, que de chavo escribes y escribes y arrojas tinta a lo
pendejo, sin pensar que ese texto quedará como testimonio de una buena
lectura… y que tus letras te recomiendan con otras lectoras…
Porque, aunque lo nieguen, las mujeres también hablan con
otras mujeres de sus relaciones textuales… “¡¡Ay, Fabiola, no sabes qué rico
escribe el hijodevecino, y qué plumota…!!”
Y a mí siempre me han recomendado bien… No por nada mi pluma
es como las que usaba Shakespeare… 15 centímetros, punta de diamante. Aunque ya
un poco obsoleta… y ya no hay tinteros de esa medida…
Extraño esa época en la que la pluma siempre estaba
dispuesta, ya fuera en libretas nuevas, de pocas hojas, con buen forro, o hasta
libretas viejas, de esas gordas en las que nadie quiere escribir y tú traías la
pluma llena y, pues, chingue a su madre… como decimos los escritores: Un textín
rapidín no se le niega a nadie.
Pero en aquel entonces tenía 20, 30…
Porque cuando cumples 50… Te vuelves selectivo. MUY
SELECTIVO!
Te inventas que vale más calidad que cantidad, y buscas,
afanoso, que el texto que te vas a aventar sorprenda, provoque suspiros,
gritos, que emocione… porque a los 50 ya dominas la técnica, te sabes los
atajos, usas hasta la doble raya del cuaderno y la cuadrícula grande, y aplicas
todos tus trucos… y, aún así, apenas puedes echarte dos textos seguidos…
Bueno, bueno. UNO, pero bien escrito. Con final feliz.
¡Caray! Qué bonitas, las épocas en que era bitextual..
O sea que podía con dos libretas al mismo tiempo…
Porque ése es el sueño de todos: imagínense dos libretas que se juntan, se
acomodan una encima de otra, que juegan con tu pluma, que entrelazan sus hojas
mientras te miran sonriendo… ¡Uff, mejor no sigo porque se me va a chorrear la
tinta frente a ustedes!
Hoy: o escribo en una o leo en otra; a mis 50 ni siquiera
puedo voltear a ver una libreta nueva porque ya me están acusando de acoso
textual… y eso duele porque… créanlo o no, durante muchos años fui considerado
un símbolo textual…
¿Ya se dieron cuenta que sí me dolió cumplir 50?
Pero cumplir 50 tiene sus ventajas. Como darte cuenta de esa
doble moral que manejamos toooooodooooooos porque, me queda claro que si hoy se
me ocurre mirar de manera lujuriosa a una mujer, no me le acabo y casi-casi
hasta voy a dar a la cárcel por acoso.
Como la semana pasada, les juro que por poco le hablan a la
patrulla cuando fui a comprar un pinche helado con mi hija, sólo porque me
ocurrió lo siguiente:
-¿Cuánto es del helado doble de la niña?
-¿De qué sabor son sus bolas?
-Mta, no sé… MIS BOLAS?
-ES USTED UN VULGAR!!
-Y usted una pendeja...
Pero, claro, ese problema me sucede porque tengo 50 años. Si
hubiera tenido 23, cuando yo estaba en mi mero mole, les juro que ella misma me
habría dicho: no te apures, yo investigo a qué saben.
Con los años, lo que antes era una gracia, hoy se convierte
en una desgracia.
Como cuando me divorcié la primera vez (ey, llevo tres
divorcios) y, bueno, estuve varios años soltero; al tiempo, mis cuates me
dijeron que entrara a las redes sociales para ligar. Yo me dije: ah, chingá,
ligar en las redes sociales? A ver… Entré a una cosa que se llama Twitter,
y…OMG, lo que encontré…Me hice “amigo” de una rubia europea,
despampanante, de esas mujeres que te hacen cometer cualquier locura… a las dos
horas de conocernos me dijo:
-Has probado el cyber sex?
-El quéeeee? Le dije
-El sexo por internet… anda, prende tu webcam, y salgamos de
esta red…
Y yo, nuevo en esto de usar la computadora, pues le dije que
lo intentaría.
Y en chinga me fui por un protector de pantalla. Ah, sí, yo
no iba a pescar un pinche virus en mi computadora por andar de caliente…
Y una vez instalado en la webcam le pregunté qué debíamos hacer, y en eso
estaba cuando ella comenzó a decirme cosas muy cachondas y, pues uno no es de
hule, y comenzamos a decirnos cositas, y ella comenzó a quitarse la ropa… y me
pidió que hiciera lo mismo… y en eso estaba, a dos de bajarme el pantalón y
dejarle saber quién mandaba, cuando los empleados del Starbucks me sacaron a
empujones del lugar…
Pero, bueno, como Pablo Neruda, diré:
“Confieso que he vivido”, y que en estos 50 años he escrito
en infinidad de libretas, de hojas sueltas, servilletas, pañuelos; cuadernos
nacionales y de importación, y Que hoy estoy donde quiero estar, aquí, ante ustedes, trémulo
y ebrio de gozo y trementina, intentando reírme de mi mismo.