Relatos breves (a veces)de alguien que, confiesa, también ha vivido, ha muerto y ha vuelto a nacer en múltiples ocasiones. Un Fénix que resurge constantemente de sus cenizas.
lunes, 26 de noviembre de 2012
Noviembre, cuando comencé a recuperarme de las drogas...
Hace 12 años, más o menos, conocí a Leonardo Stemberg, un experto en conducta humana al que, curiosamente, le debo la vida. No, no es que él me haya engendrado, no. Pero fue él quien, a través de su técnica de entrenamiento mental, me hizo recuperar mi capacidad de ser feliz sin depender de la droga con la cual, según yo, era feliz.
Les cuento.
Encerrado en un mundito del que no podía ver más allá de mi nariz, en un mundito en el que, según yo, era un triunfador (puesto ejecutivo en Televisa, director de una sección de espectáculos en un diario importante), sin darme cuenta y casi sin querer (queriendo, en realidad) me metí al consumo de cocaína, pensando, creyendo, que era algo que no me hacía tanto daño, como se decía.
Durante 13 años fui adicto in crescendo a una sustancia, y como todo en esta vida tiene inicios y finales, el mío fue estrepitoso, voraz, y al final de ese ciclo me vi encerrado en cuatro paredes, consumiendo droga, sin trabajo fijo, sin dinero, sin posibilidad de nada más que de embrutecerme a lo loco, en solitario, durante dos-tres días, hasta que me recuperaba y salía, siempre, a buscar la sustancia.
Sin querer, sin saber, llegué a trabajar con Stemberg; yo, como su jefe de prensa, debía encargarme de difundir su actividad, pero estaba yo más entusiasmado con recibir una paga que en saber a qué se dedicaba en realidad.
Así, al 3er mes de estar y no estar, de ir y venir, de ausentarme dos tres días por semana, un buen día Leonardo me mandó llamar a su oficina para correrme. Pero antes de hacerlo, me preguntó por qué no había yo entrado a su curso de Contranalisis.
“Porque no creo en ese curso”, le dije, retador que suelo ser. –Te das cuenta que estás contestando como un chiquito de 4 años que dice que no le gusta tal comida, sin haberla probado?-, me dijo. Y yo, en mi estupidez, insistí: “pues no creo”. –Ve a la gerencia, que te den un cheque de… cuánto te pago? Ah, pues que te den un cheque de 5 veces eso que ganas… pero no es el dinero tu problema”, me dijo y pegó donde tenía que pegar para que doliera.
Venía yo de haberme botado un dineral en 6 meses, y efectivamente, había entendido que no era el dinero el problema, sino otro: yo.
Con todo y que me corrió de su oficina, no fui a la gerencia y sí encaminé mis pasos al auditorio donde se daban los cursos de Contranalisis. Entré, y pensé: “con esto me voy a curar?”, porque pensaba yo que ser drogadicto era una enfermedad.
Y, no haré el cuento largo, que tantas veces he contado ya esta historia, al cabo de unos meses, comencé a salir de la drogadicción tan fuerte que tenía. Recaí, no una, 27 veces, y cada vez me sirvió para darme cuenta que estaba en mi y en nadie más rescatarme, y así lo hice, no con fuerza de voluntad, sino apegándome a la técnica que enseñaban en los cursos.
Han pasado ya casi 13 años, o doce, como quiera verse, y debo decir que sí, que Stemberg tuvo qué ver en esta resurrección, en este Ave Fénix en el que me he convertido porque, júrenlo, siempre resurjo de mis cenizas, más fuerte, más capaz, más grande.
Y hay una razón para que yo me cuente y les comparta esta historia, y no es el drama o la conmiseración que pueda provocarles; no. Es que he aprendido a repetirme mis errores para no volver a cometerlos.
Porque, debo confesar, mi egocentrismo no es igual al de ustedes; el mío reconoce y se asume, para no caer de nuevo en mis propias trampas. Y he dejado de culpar a nadie de mis tropiezos; son tan míos, que los asumo y los supero.
Me equivoco, sí, pero no repito errores y eso, señores, me hace diferente. Ni más ni menos que nadie; simplemente diferente.
Tan, tan.
Hacer o no comida de fin de año en oficina.
Cada diciembre es igual de tormentoso para mi. Agobiado de tanta metralla publicitaria, el Grinch que habita en mi termina por creer convencerse de que el espíritu navideño existe y que es lindo eso de dar y compartir... Pero el verdadero dilema, lo que fustiga y azota a este humilde reportero no es eso, sino que, al ser jefe y empleado únicos en esta oficina, me surge la duda de hacer o no comida de fin de año? Hacer o no intercambio de regalos? Juego al amigo sorpresa? Y si preparo demasiados romeritos y no llego a la comida? Y si no me gusta lo que yo mismo me regalo en el intercambio? Y si ya pedo me cuento chismes de la oficina que ni enterado estaba?
No se crean, en lunes como éstos, estas dudas me laceran y hacen que mi estabilidad emocional ande por la cuerda floja. Ay!
domingo, 25 de noviembre de 2012
Un domingo con mi mejor amiga: Ximena.
Fuimos a comer, y luego a ver Amanecer 2... Debo admitir que, honestamente, no comparto el gusto por la literatura ni el cine ni toda la música que consume mi adorada hija Ximena, pero verla tan emocionada, tan entusiasta contarme una y otra vez la historia los vampiros poderosos (todos tienen súper poderes, efectivamente), no puedo menos que agradecerle a Dios que camina, que gaste suela, que vaya y pruebe hasta que encuentre lo que en la vida le apasione y pueda, gozosamente, dedicarse a ello el resto de su existencia... Pues fue tarde de comida italiana, de palomitas, de refrescos, besos y abrazos, y de decirnos y sabernos como los mejores amigos que puede haber. Y, no, no dejo de ser su padre ni ella, mi hija, pero somos cuates, amigos, nos contamos todo y todo sin reservas, porque no hay temor al regaño, al consejo no pedido, que tanto nos re caga a los dos... Ah, qué bien me hace ver a Ximena, una niña clonada en bonito de mi.
Y, de la peli, pues palomera, pero divertida, excepto esos dos momentos en que ronqué, aplastado en el sillón VIP, puedo decir que la volvería a ver si ella me lo pidiera.
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