Desde que tengo un año de edad, sigo buscando en el cielo la manera de volar.
A casi 49 años de vida, no dejo de mirar un sólo día hacia arriba y pensar: por qué no?
Y he aprendido a construir mis sueños, con altas dosis de fe, de esperanza, de creer que sí se puede, en moldes de hambre y sed.
Ese es el alimento de mis días desde hace 49 años.
Por eso, les juro, nunca dejo de mirar al cielo, buscando algo que, estoy seguro, un día encontraré.