Tuve pocas oportunidades de coincidir y conocer a Jacobo
Zabludovsky.
Una, la primera, en 1989, justo el día en que falleció mi
abuela materna Pina, y yo había esperado ansioso esa entrevista con JZ para El
Heraldo de México. Y no, no fui al velorio ni a los funerales de mi abuela, por
atender mi trabajo.
Fue una entrevista larga, como de una hora, y recuerdo
perfecto cuando Jacobo encendía su terminal de computadora para decirme:
"mira la maravilla de la tecnología: toda la información del mundo, en
esta pantalla".
Se trataba de una computadora de esas viejas (moderna en aquel
entonces, se sobre entiende), donde solo había texto en verde, y el cursor era
un cuadrito parpadeante. Todos los cables, que antes llegaban por teletipo,
estaban ahí.
De esa entrevista y su publicación, recuerdo, don Jacobo
invitó a comer a mi jefe para agradecerle el espacio, y a mí me envió una carta
dándome las gracias "por tan excelente entrevista, escrita con cariño y
admiración inmerecidos", recuerdo perfectamente.
Y es que, la verdad, muy rojillo y muy lo que quieran, yo
acababa de salir de la UNAM y no tenía más que admiración por el periodista,
sin importar lo que de Televisa siempre hemos dicho a nivel escuela y a nivel
personal y mi entrevista fue, a decir verdad, un panegírico exacerbado hacia la
labor del maestro.
Y es que, las cosas que me hicieron ser periodista son: las
crónicas de Jacobo Zabludovsky, las entrevistas de Ricardo Rocha, el libro "Crónica
de una muerte anunciada", la película “El ciudadano Kane”, las columnas de
Leopoldo Meraz “El Reportero COR” (“El fabricante de estrellas”, que publicaba
en El Universal”) y mis infinitas tardes leyendo el Excélsior de los años 70’s
y 80’s.
Al paso del tiempo, llegué a ser jefe de prensa de Televisa.
Y recuerdo que don Jacobo me llamó una tarde para citarme en su oficina en Chapultepec,
a la cual acudí de inmediato.
“Víctor Hugo, me darán el reconocimiento de la Legión
Francesa, y quiero que me ayude a darle difusión, que enviemos un boletín y lo
que usted sugiera que deba hacerse”, dijo, tajante, lacónico.
Hicimos lo que se debe en esos casos: boletín, entrevistas,
cobertura del reconocimiento, y a los pocos días envió a mi oficina una carta: “gracias
por su cariñoso apoyo”.
Él sabía que yo era fan, me queda claro. Porque, puedo
asegurarlo, para muchos de mis colegas de esa época, encontrarse con Jacobo era
como para los fans de Luis Miguel: era ver a su máxima estrella. Y me
disculparán quienes digan lo contrario. Éramos fans de esos periodistas, sin
importar todo lo que de ellos se dijo y se sigue diciendo.
La tercera ocasión, tiene su propia historia.
Tan buena chamba les hice en Televisa, que en más de una
ocasión reconcilié los intereses de la empresa con los intereses editoriales de
otras, y en una ocasión junté a tres ejecutivos de alto pedorraje (cuyos nombres omitiré para no meterme en
pedos innecesarios), con un alto director editorial de un diario de circulación
nacional (cuyo nombre y medio también omitiré, por las mismas causas) en una
comida que tuvo sus graves consecuencias.
Yo no asistí a esa comida, per o a las pocas horas supe lo
que en ella había ocurrido: como una muestras de las ganas de “colaborar” con
ese medio, los tres tristes tigres habían pactado con aquel un intercambio
informativo: la salida de Abraham Zabludovsky de Televisa, tomando como pretexto
los sucios y puercos nexos de AZ con los dirigentes de Ruta 100.
A las 21.00 horas de ese día, el teléfono de mi oficina en
Televisa sonó. Era uno de mis jefes. “Estamos en casa de uno de los dueños de
Televisa –no lo dijo así, obviamente-, y pasó esto… No sabemos si aquel cuate –el
director editorial de un diario de circulación nacional- nos vaya a balconear;
le dimos esa nota y ahora estamos cagados de miedo que vaya a publicar nuestros
nombres”.
Se escuchaba literalmente angustiado. Y pedo. Y angustiado.
Y muy pedo.
“Ayúdanos; el jefe te recompensará”, dijo.
“Necesitamos saber si en la noticia saldrá mañana en la
portada del diario”, dijo y colgó.
Afanoso, y sin importar lo complicado del
encargo, indagué y luego de tres llamadas de “¿ya sabes algo?”, pude darle la
noticia:
“Sí, la nota es LA PORTADA de mañana en ese diario”.
“Vientos, Víctor Hugo… ahora necesitamos que consigas LA
NOTA”.
Casi a la media noche, y luego de hablar con muchas
personas, muchos contactos y amigos que, al tiempo, pagaron caro su ayuda a este jefe de prensa, no sólo supe qué
decía la nota. ¡TUVE UNA COPIA DE LA NOTA!
La mandé por fax a casa de uno de los dueños de Televisa y, cabe decir,
fui el héroe de la noche.
Esa nota desencadenó el despido de Abraham y, al poco tiempo,
la solidaria renuncia de Jacobo a Televisa,
lo cual provocó que por tercera ocasión me juntara y reuniera con él en su
oficina de Chapultepec.
El tema: su salida de la empresa.
Y la historia que todos saben. Una fiesta, un desfile
impresionante de artistas, empleados, periodistas externos, que despidieron al
gran Jacobo cuando, al aire, él le dijo a Guillermo Ortega Ruiz, cuando aquel
quiso ser grandilocuente al decirle “Nos deja una silla enorme qué llenar”, la
frase lapidaria: “Tendrás el éxito que te mereces”.
Al tiempo, y a la llegada de Emilio Azcárraga Jean, aquel
grupo de ejecutivos que se quejaban de la nula credibilidad de Jacobo al frente
de los noticieros de la empresa, construyeron exactamente lo mismo. Pero,
bueno, ésa es otra historia.
Descanse en paz, Jacobo Zabludovsky.