¿Drogarme? No drogarme. Esa era una constante en mis pensamientos cada día, cada tarde, cada noche.
Hablar, pedir, comprar, embarcarme con miles de deudas y, bueno, al final el “diablito” de mis pensamientos ganaba y terminaba yo consumiendo drogas.
Esa es la historia que ya saben. La historia del miedo, también la he comentado.
Pero este episodio es nuevo: derrotado, fuera del medio periodístico de espectáculos en el que me muevo desde hace 23 años, buscaba fuerzas para salir de mi problemática y gracias al curso de Contranalisis, las fuerzas llegaron y me renovaron mi actitud ante la vida: ¡mi vida!
Sin embargo, el miedo me hacía recaer; cada vez que lograba algo, que rescataba alguna parte de mi vida… ¡zás!, al traste con todo.
Una novia, un trabajo, una posibilidad de regresar al medio en el que me había desenvuelto… algo ocurría y yo recaía.
Recuerdo cuando de un diario me hicieron la siguiente propuesta: por nota de portada, me pagarían, en aquel entonces, 3 mil pesos; o sea que si me aplicaba y trabajaba en forma, y por lo menos metía una nota diaria, en aquel entonces yo habría ganado algo así como 90 mil pesos mensuales siendo colaborador; es decir, con mi tiempo libre, con mis horarios. Mi cita para cerrar el trato era un jueves, recuerdo; pues en la noche del miércoles, estúpidamente, me dije: “pues esto merece celebrarse”, y la celebración fue, sí: drogarme. Así, luego de 4 meses de abstinencia, volví a caer; compré no sé cuántos gramos, me fui a mi casa y me atasqué de porquería.
Ya he contado cómo era este proceso, y hago una pausa para narrarlo de nuevo, porque es claro, evidente de la estupidez que estaba haciendo: compraba entre 6 a 10 gramos de droga; cada gramo por papel, y al llegar a mi casa, nunca antes, nunca fuera de ella, me metía de inmediato al baño, abría uno de los papeles con un gramo; “picaba” la droga hasta que quedara finita, finita; dividía en dos porciones y ¡zúmbale! De medio gramo por fosa nasal; un fregadazo en la nuca, en la frente; como una especie de golpe y de inmediato se me erizaba la piel, el cabello (quizá de ahí eso de “ponerse bien erizo”), como con una carga de electricidad, y de inmediato el malestar y el no poder frenarme en el consumo hasta acabar, de las 10 pm a las 5-6 de la mañana, con los 6-10 gramos de mierda.
Así, con esas ganas de “celebrar”, mi miedo se manifestaba y me hacía caer una y otra y otra vez, hasta llegar al punto en que eché a perder mi verdadera fiesta cuando me dijeron que ya, que tendría MI programa de televisión.
La cadena se llamaba Potencial Humano TV; transmitía a 180 ciudades de provincia, y era una gran-gran oportunidad de tener un espacio en un medio que hasta entonces me era desconocido.
Una tarde, Leonardo Stemberg, al ver que ya llevaba yo varios meses en el curso y que había comenzado mi proceso de recuperación, me dijo:
“Víctor, y ¿si te produces un programa de tv con periodistas? Son tus amigos; démosles un espacio para que se manifiesten, para que cuenten sus anécdotas, sus vivencias…” La idea me encantó, porque justo era el espacio ideal para tomarme un café con mis amigos periodistas de tantos años, entrevistarlos, pensando en que siempre cada ser humano tiene una historia qué contar, y así lo diseñamos.
En una semana y media, el programa estaba listo: Café Gráfico (hay algunas notas en medios como Reforma y El Universal on line), conducido y producido por Víctor Hugo Sánchez.
Y, como solía suceder: el miedo me atacó. Un dealer me llamó un domingo, y me dijo que andaba cerca de mi casa, y yo, en lugar de negarme, en lugar de rechazar, lo acepté, y le compré no 6, no: ¡12 gramos de cocaína!
Obvio, al día siguiente, lunes, comenzaba mi programa a las 10 de la mañana; mis invitados, mis amigos de la prensa estaban ahí para ser entrevistados y, de paso, hacerme entrevistas y fotos para promocionarme en sus medios… y no, nunca llegué.
Me desperté a las 11 am, y eso porque el teléfono no dejaba de sonar y porque alguien estaba a dos de tirar mi puerta: Gabriela Albarrán, una de mis mejores amigas quien, asustada, pensaba que algo extraño me había ocurrido, que me había muerto.
Recuerdo que a Leonardo y a mis amigos de la prensa les mentí, y les dije que había tenido un asalto. Obvio, nadie me creyó y pensé que me iban a correr del Canal y de la Organización de Leonardo, pero no fue así. El viejo barbón siguió creyendo en mi y, más que en mi, en su curso. “Te cagabas de miedo”, me dijo, como sacando un argumento de por qué mi ausencia el día del primer programa.
Sí, fue miedo, una vez más, doloroso y doliente miedo.
El programa continuó, de lunes a viernes, en vivo, a las 10 am, y nunca más falté porque ya estaba listo, ya estaba en ese proceso de recuperación en el que llevo 8 años y medio viviendo bien, sin miedos.
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