miércoles, 24 de marzo de 2010

Cuántas veces supliqué ayuda para dejar las drogas; las mismas que ignoré a quien me la ofrecía

Muchas veces, de muchas formas, pedí ayuda: grité, lloré, pero al final me escondía de quienes me tendían la mano para sacarme de las drogas.
Cuando mi ex esposa se enteró y confirmó por mí que, efectivamente, consumía drogas, se ofreció a ayudarme. A los 2 días del descubrimiento, Ana me llevó a una asociación civil donde brindaban ayuda a drogadictos; me puse soberbio, me alteré, y les dije que no sabían nada y me fui de ahí.
En realidad, yo buscaba quién me dijera: “haces bien, cómo no te vas a drogar si tienes tantas broncas emocionales, si tienes tanto trabajo que debes darte, por lo menos, un pasón de droga de vez en cuando”. No, nadie me dijo eso.
Nadie me diría eso, francamente.
Y me fui, mientras mi ex esposa lloraba y se quedaba sin saber qué hacer, acaso sólo creerme cuando yo le prometía que ya no, que no consumiría más droga. Promesas que nunca cumplí. No en ese tiempo.
La verdad es que cuando alguien osaba abordar el tema, fuera mi ex o algún amigo cercano, yo me ponía furioso, iracundo, y sacaba frases para “defenderme”, para argumentar mi soberbia y mi estupidez. Y nada, que si no lo pedía, no aceptaba comentarios en ese sentido.
Hubo incluso una fiesta, recuerdo, una celebración de 15 de septiembre en la que habíamos invitado a mi familia a la casa; esa noche, contra todo pronóstico, bebí, bebí, bebí tequila hasta embrutecerme, confiado en que al final sacaría mi sobrecito de “magia” y me quitaría la borrachera en un instante.
Y no, no fue así.
Aquella noche, el tequila debió star adulterado porque en un momento, me desconecté, no recuerdo nada de lo que ocurrió, pero mi familia y mi ex esposa vivieron, dicen, una de las peores noches de sus vidas.
Dicen que de repente, sin explicárselo, yo comencé a llorar, a pedir ayuda; abracé a una tía y le dije que tenía un problema: que consumía drogas y que ya no quería vivir esa situación. Todos habían escuchado mi confesión, y del asombro pasaron a querer ayudarme, reconfortarme, escucharme, pero ya no pude más y me solté llorando, y dicen que de un momento a otro comencé a patear los muebles, los sillones y que, así las cosas, decidieron irse, pidiendo a mi ex que se guardara en una de las recámaras, con mi hija y la nana de ésta, escondidas hasta que se me pasara el efecto.
El efecto del alcohol se me pasó: amanecí dormido en uno de los sillones; aún con la ropa puesta; con un inmenso dolor de cabeza y sorprendido de no recordar nada de mi zafarrancho.
Nada. En serio. Nada recordaba. Y lo primero que pensé fue que: si estaba yo en la sala, vestido, algo grave debía haber ocurrido. Fui a la recámara que compartía con mi ex esposa, y toqué, pues estaba puesto el seguro, y de repente me abrió ella, llorosa aún, y me dijo lo que había pasado. Mi reacción fue buscarme en la cartera la droga que, según yo, usaría para cortarme la borrachera: ahí estaba, intacta. Nunca la saqué, nunca la abrí. Mi recuerdo de esa noche llegaba a penas en el momento en que bebía un caballito de tequila.
Nada más pasaba por mi mente. Nada.
Mi ex me dijo todo el desfiguro que había hecho, y aunque no me dolían los brazos ni las piernas –dijo que había golpeado las paredes y los muebles con furia-, le creí; le creí que había hecho todo ese desorden porque, en el fondo, muy en el fondo, necesitaba ayuda y quería gritarlo a quien fuera, aunque no estuviera dispuesto a hacer nada por remediarlo.
Pasarían muchos años, muchos, y mucho sufrimiento, mucho dolor, para que me diera cuenta que, más que ayuda, en mi caso, como en el de muchos que viven esta situación, en realidad lo que necesitaba era tocar fondo.
Y para eso, aún me faltaban varios años.

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