miércoles, 24 de marzo de 2010

Cocaína manchada de sangre

Hace 9 años, ya estaba en mi etapa de recuperación de las drogas. Ya había tenido largos períodos de abstinencia y ya me había demostrado que se vive mejor sin estar atado a una sustancia, sin embargo tuve recaídas, muchas, muchas en verdad, y como el dealer ya se había escondido ante mis ausencias, en una de esas alguien se ofreció a llevarme a comprar drogas en el barrio de Tepito.
El hecho resultaba curioso, ya que en los 13 años que fui consumidor, siempre me llevaron la droga a domicilio, y tras varios meses de abstinencia, uno llega a creer que puede volver a consumir, reducir la dosis, volver a esa etapa en la que, aparentemente, todo estaba bajo control, así que sintiéndome limpio, recaí y fui a Tepito con Lalo, mi amigo consumidor que me aseguraba que íbamos a comprar algo de muy buena calidad.
Íbamos en su viejo automóvil, y ya en el camino me contaba de sus aventuras en el barrio de Tepito. Lo que me dijo, se quedó corto con lo que vi ahí: parecía una de esas películas chinas donde se ve a todo mundo en bicicletas, sólo que acá eran mini motos donde dos chavitos, en casi todos los casos, adolescentes apenas, viajaban por todas las calles del barrio bravo. Así, de un lado a otro, las mini motos cruzaban avenidas, calles; iban, venían en un vaivén frenético, veloz… ¿El motivo? Pues para no entrar al barrio, los cientos, miles de compradores de droga, usaban a estos chavitos paraqué les acercaran, fuera del barrio, sus mercancías.
Y en lugar de que Lalo y un servidor fuéramos atendidos por estos mensajeros de la muerte, a mi cuate se le ocurrió que era mejor entrar al mero barrio, y así le hicimos, mientras yo me cagaba de miedo de saber que, al salir del barrio, siempre encontraríamos policías dispuestos a extorsionarnos.
Lalo me decía que le había puesto no sé qué cosa a su automóvil para guardar la droga cerca del motor, y para que el calor del mismo no la derritiera y para que, al revisarlo, los policías que a veces lo paraban al salir del barrio, no la encontraran.
Y ahí estaba yo, una vez más, como un imbécil arriesgando todo, la vida, la salud, la libertad, y así fuimos a una vecindad de lo más deprimente, de lo más deplorable, y mi cuate me dijo que me quedara afuera, en el auto, para que los vendedores no se complicaran al verme sin conocerme.
Y así lo hice: me quedé dentro del viejo auto, esperando, esperando, esperando, mentras pensaba que al salir nos iban a detener, como suelen hacer con los autos que los mismos moradores “señalan”, les •ponen el dedo” para que sepan que en ese vehículo hay drogas.
Pensaba que en cualquier momento saldría Lalo y que nos iríamos sin más ni más, y en eso estaba cuando justo a un lado del automóvil pasaron veloces varias mini motos, como huyendo, como escapando, y en una de ellas, un adolescente que iba sentado al revés, disparando una pistola contra un automóvil particular, pero en el que venían dos policías, también disparando contra los adolescentes.
Y la de malas: justo a un lado de mi ventana, se detuvo la patrulla, y el chofer salió y a mi lado, mientras que yo moría de miedo, comenzó a disparar a los jóvenes que huían, hasta que uno de sus tiros le dio en el hombro a uno de los niños que transportaban droga; el chavito cayó de la moto, sangrando, y el que conducía, se escapó sin más ni más. Sangre, ruido, gente corriendo, es lo único que recuerdo de esa tarde en la que Lalo aprovechó para irnos de inmediato del lugar sin generar sospechas, sin ser blanco de interés para los policías…
Al tiempo, muchas dudas surgen en mi cabeza: aún cuando agarren miles de toneladas, aún cuando maten a narcotraficantes, aún cuando la calle se tiña de rojo sangre de algún adolescente, la venta y el consumo de drogas siguen en pleno en esta ciudad; en Tepito o donde sea, pero los consumidores siempre tienen droga para destruirse.
Este sexenio, dicen, la droga ha derramado mucha sangre, y será que ahora la cocaína vendrá de color rojo, pero ni eso ha detenido el problema.
Por eso me atrevo a insistir: ¿será la prohibición una solución? ¿Será que derramar tanta sangre resuelva el problema? Yo, desde mi humilde punto de vista, no lo creo.

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